martes, 31 de julio de 2007

MI PRIMERA EXPOSICIÓN FOTOGRÁFICA

Se celebraba el segundo centenario de una ciudad de provincia de cuyo nombre, como Cervantes, no quiero acordarme. A una cuñada se le ocurrió que la Comisión Organizadora debería incluir en los festejos “un cacho de cultura” y en consecuencia me invitaron a agregar mis fotos a una muestra de maquetas, pinturas y esculturas a realizarse (¡Dios mío!) en el Círculo Policial.

Cuando se imprimió la nómina de actos, yo estaba viajando por Canadá, tomando unas cuatrocientas fotos de bosques otoñales, cascadas, lobos, osos y veloces ardillas. Como mi aceptación no llegó a tiempo, no incluyeron mi exposición entre los festejos. Cuando acepté, y viajé para tomar aspectos de la ciudad y sus alrededores hice imprimir una hojita que se agregó al folleto previo. El resultado fue que cada acto se anunció en uno o dos renglones y mi exposición con una página entera.

Allí estuve, pues, con mi cámara, un chaleco de fotógrafo y una gorra adornada con botones alusivos. Atavío tan exótico motivó que corriera la voz de que una señora extranjera estaba sacando fotos por todas partes. La gente se me acercaba, me hacía preguntas y yo contestaba de acuerdo con mis mejores nociones de relaciones públicas. Cada fotografía fue resultado de una amigable conversación.

Mi intención era mostrar paisajes campestres y algún recodo del río, pero especialmente la gente, sobre todo la más modesta. Por eso me detuve en las calles, una estancia, un horno de ladrillos y el taller de la escuela técnica, donde los maestros trataron infructuosamente de hacerme entender qué se hacía en cada una de las máquinas. En la ciudad tomé aspectos de la Municipalidad, el museo y la iglesia.

Esto último fue lo más difícil. Pensaba pedir al párroco permiso para usar mi flash en la misa sin peligro de terminar en el infierno, pero no coincidí nunca con la misa ,ni con el cura, ni con el sacristán. Entré varias veces en el templo pero solo vi crucifijos, vírgenes y santos.

Enfrente, en la plaza, un grupo numeroso de personas con padrones, boletas, pancartas y toda la parafernalia que se utiliza en época de elecciones, estaban haciendo proselitismo. Me acerqué y les dije:

-Vengo a hacerles una proposición: si un par de ustedes

viene a rezar en la iglesia y me dejan fotografiarlos, el domingo

próximo votaré por los candidatos de su partido

Se levantaron de sus sillas, juntaron sus petates y vinieron todos a elevar sus sinceras oraciones. ¿Qué no se hace por un voto?. Deberían estarme agradecidos, porque Dios escuchó sus rezos y ganaron las elecciones.

Otra anécdota fue al principio menos divertida. Salí a las seis de la mañana a fotografiar el amanecer y vi en una esquina una escultura que me gustó. Me instalé en la vereda de enfrente y empecé a enfocar, medir la luz ,etcétera.

En eso estaba cuando apareció blandiendo un arma larga una especie de Sargento García (el que perseguía al Zorro), y me increpó con su vozarrón:

. -¿Qué está haciendo aquí?

-Sa-can-do fo-tos… - le respondí asustada.

-¿Enfrente del banco?

-¿Qué banco? ecretaria

Recién entonces me di cuenta de que lo que había creído un almacén era un banco y que el policía, muerto de miedo, me había tomado por una potencial asaltante. Por suerte, se me había ocurrido pedir una credencial y se la presenté. Era una media página de enrevesada sintaxis que por supuesto no entendió. Llamó a la prefectura:

-Aquí hay una señora fulana de tal, documento número tantos,

que tiene una credencial . y está tomando fotografías del banco.

Le dijeron que me mandara con la credencial a la prefectura, a tres cuadras de allí,. Si hubiera sido la delincuente que el gordo pensaba, hubiera dado vuelta en la esquina siguiente y adiós para siempre. Pero no era el caso.

Fui, llevé el galimatías, el oficial de guardia se comportó como si lo hubiera entendido, me pidió mil disculpas y me aseguró que podía fotografiar lo que quisiera, que era exactamente lo que estaba haciendo. Me limité a decirle: “Solamente quería fotografiar a los presos en el calabozo, pero ya no tengo interés”. Y me marché. Después supe que allí no había ni un mísero preso.

Al cabo de una semana regresé con algunas de las fotos que más me gustan, con la esperanza de que también gustaran a las tres o cuatro personas que suponía acudirían a verlas. Las titulé: “Paisajes, Flores, Animalitos y Bípedos Implumes” y “La Bicentenaria Ciudad, sus Paisajes y su Gente”.

Tenía que disponerlas sobre una pared en tres hileras, desde un metro y medio hasta dos setenta de altura. Solamente le pedí a la presidenta de la Comisión “Organizadora” una escalera, porque hasta los clavitos había llevado.

Aquello fue una odisea. Me prometieron que dos peones de la Municipalidad y un muchacho de la Comisión me ayudarían a armar la muestra. El muchacho me llevó por toda la ciudad y sus suburbios en busca de la llave del local, hasta que descubrimos que quedaba siempre abierto por falta de cerradura. No volví a verlo.

Ni los peones ni la escalera aparecieron. Ya había conseguido el martillo y comencé a colgar la primera hilera. Como no podía seguir trepada a un escritorio, anuncié enfurecida que si no me proporcionaban la maldita escalera iba a descolgar todo y volverme a casa. Quien la cargó finalmente con grave riesgo de herniarse fue la secretarta.

La apertura de la exposición consistió en sesudos discursos y aunque la lectura de mi profuso curriculum me hizo sentir terriblemente vieja, fue hermoso durante esos días disfrutar (excepto a la hora de la siesta), del contacto con gente de todas las edades, niveles sociales y culturales, que concurrían a contemplar mi obra.

En muchos casos dejaron escritos en un cuaderno un verdadero festival de las faltas de ortografía, con sus comentarios exageradamente elogiosos

.

A pedido de la Comisión, también incursioné en la fotografía periodística, para la cual no estaba por cierto preparada, tomando distintos momentos de los festejos, Mientras esperaba una exhibición de danzas folclóricas, tuve que soportar dos horas de pésimo rock, lo que me valió el admirativo comentario de un adolescente:

-Mirá, esa viejita, es de los nuestros.

Fue una placentera experiencia a pesar de pequeños inconvenientes. Hasta incluyó reportajes radiales y televisivos que me dieron tanta notoriedad que me sentía Mirtha Legrand o Susana Giménez cuando la gente me detenía en la calle para felicitarme y llenarme la cara de besos