martes, 18 de diciembre de 2007

VIAJES A MALARGÚE

VIAJES A MALARGÜE

PRIMER VIAJE

Mendoza 19/ febrero/2003

Viajamos mi marido y yo en un ómnibus cama, con azafata, cena y desayuno. La cena fue incomible y a las 6 de la mañana se quemó el motor en medio de la nada.

Los choferes iban y venían pero no daban ninguna explicación y así estuvimos más de una hora. Al fin llegó un ómnibus e hicieron subir a ocho de los pasajeros, sin tener en cuenta a los que teníamos pasajes para trasbordar en San Rafael y corríamos peligro de no llegar a tiempo.

Pasó otra media hora y al fin aparició un cachivache que venía de Córdoba. Viajamos de la manera más incómoda, con un baño inimaginable y parando en todos los pueblitos del camino. Al fin llegamos a esa pequeña pero hermosísima ciudad que debería cambiar de nombre y llamarse Buenargüe.

Lamentablemente no pude obtener las fotografías de La Payunia que habían sido el principal objetivo de ese largo y accidentado viaje. En cambio, hicimos largas caminatas por los alrededores de la ciudad y el dueño de la agencia de turismo nos llevó a la feria que se realiza anualmente en la frontera con Chile, en plena cordillera.

El peor episodio fue el del regreso. De Malargue salimos a horario y más o menos cómodos. Llegamos a las l8 a San Rafael , donde el bus Ejecutivo estaba anunciado para las l9.45.

La estación era un infierno. No había asientos disponibles y una multitud se desplazaba de un lado a otro con valijas, bolsos, paquetes y cajones, atropellándonos sin ninguna consideración. Por suerte descubrimos un depósito de equipajes y una cafetería donde estuvimos hasta las l9.30.

Entonces volvimos a la estación. Nos habíamos reunido con las valijas y tuvimos que correr de un bus a otro para ver si era el nuestro, porque nadie nos informaba dónde se iba a instalar. A las l9.45 llegó uno con un cartel que decía “Buenos Aires”. Fui corriendo con los pasajes en la mano. Era el de las 18.30.

Mientras tanto estábamos nerviosos y Rufino, furioso, se puso a gritar lo que pensaba acerca de la empresa y de su atención al pasajero, mientras yo trataba infructuosamente de calmarlo.

Al fin partimos con más de media hora de atraso. Al rato vino la azafata a preguntar a cada pasajero cómo estaba, y Rufino se despachó con su rabieta, aunque aclaró que no era culpa de ella. A los l5 ó 20 minutos empezó a sentirse mal. Tenía un dolor en el pecho que nunca había experimentado antes. Por supuesto nos asustamos pensando en la posibilidad de un infarto en un viajecito de 12 horas.

La azafata me dijo que iban a parar en la sala de salud del próximo pueblo, pero pasó casi una hora hasta que llegamos y no había nadie. Por suerte tenía una pastilla para la presión y otra para los nervios y se fue aliviando algo, aunque estuvo toda la noche sin dormir y con una tremenda jaqueca.

Llegamos a la terminal de Retiro y como estaba diluviando no pudimos conseguir un remise. Tuvimos que salir a la calle, empaparnos y tomar un taxi. Le dijimos al taxista que fuera por Libertador hasta Monroe, que es el mejor camino.

A las pocas cuadras se desvió por una calle que bordeaba las vías del ferrocarril en medio de yuyales. Le pregunté por qué y me dijo: “Para evitar los semáforos”. Con la profusión de asaltos en los taxis, la cosa distaba de ser tranquilizadora y hasta que retomó Libertador estuve temiendo que nos siguira otro coche para desvalijarnos o secuestrarnos. Así fueron de placenteros los viajes de ida y vuelta.

¡ Pero Malargüe! ¡Ah, Malargüe!!!!!!!!! Ninguno de esos contratiempospudo impedir que en los años siguientes soñáramos con volver a esa ciudad deliciosa, casi tan deliciosa como los chivitos y las truchas con que pudimos deleitarnos.

Segundo Viaje

Mendoza 27/febrero/2007

Al fin pude realizar el sueño de volver a Malargüe, esta vez “sola, fané y descangallada”, como dice el tango. En Buenos Aires, cada vez que me refería a mi proyecto de viaje, la mayoría de mis amigos y conocidos me miraban asombrados y preguntaban: “Dónde queda eso? ¿Qué hay allá?”.

En consecuencia, durante varias semanas tuve que dedicarme a educar a ios argentinos que ni conocen una de las regiones más hermosas de su país ni tienen idea de la existencia allí del Instituto Pierre Auger, el mayor centro del mundo dedicado a la investigación acerca de los rayos cósmicos de altísima energía.

El viaje fue mucho más cómodo y agradable que la vez anterior gracias a que lo hice con otra empresa. La ciudad estaba hermosa, con los jardines llenos de rosas.

Lo que más me asombró fue la tranquilidad que reinaba, la buena voluntad de la gente, la excelente atención en los comercios, en Karen Travel (la agencia de turismo que me creó pero finalmente resolvió mis problemas) y especialmente en las personas que desinteresadamente se ofrecían a ayudarme si advertían que estaba desorientada.

Pero nadie como Maricel. A esta encantadora señora la conocí cuando, al salir de San Rafael y quedar muy pocos pasajeros, nos hicieron bajar del bus para higienizarlo. Nos encontramos y conversamos un rato.

Había olvidado (¿Distraída yo?) llevar el bastón que solo uso para trepar en zonas montañosas. En la terminal de Retiro recorrí todos los locales de ventas de artesanías, pero el único que encontré fue una obra de arte cuyo precio era casi el doble de lo que me costó todo el viaje.

Al enterarme de que Maricel vivía en Malargüe, le pregunté si podría comprar uno en su ciudad, cosa que le pareció poco probable. ¿Qué se le ocurrió entonces? Pedir a su marido que averiguara cuál de los miembros de la familia tenía el bastón que había sido desu abuelo. Al llegar juntas a nuestro destino, el marido nos esperaba apoyado en el bastón.

No supe cómo agradecerles que se hubieran arriesgado a prestarle pòr unos días a una desconocida (desde ese momento una amiga) esa reliquia familiar. Y no fueron la excepción.

En Karen Travel me informaron que se había frustrado la excursión a la Payunia, reservada para el día siguiente (el miércoles 28) porque no había cómo formar el grupo que compartiera el costo de tan extenso recorrido. En cambio, me ofrecieron el Circuito de los Valles y tratar de conseguir más turistas para el jueves 29.

Acepté porque no conocía Las Leñas y después de disfrutar de un hermoso recorrido con Santiago, el simpático dueño de la agencia, aunque odio la violencia, no pude menos que advertirles que talvez podría estallar una bomba en la oficina si no conseguía visitar la hermosa zona volcánica.

Estaba bastante enojada por la casi Imposibilidad de recorrer la Payunia, que había sido mi principal objetivo. Anuncié que al salir de la visita al Instituto Pierre Auger pasaría por la agencia para saber si se había decidido o no hacer la excursión al día siguiente, el último de mi estadía. Cuando llegué a las 19 estaba cerrada y desierta, aunque normalmente atendían hasta las 21. ¿Ya me tenían miedo?

A mi llegada al Hospedaje, bastante más tarde, me esperaba un mensaje telefónico. A último momento habían llegado unos cuantos turistas a preguntar qué excursiones podían hacer y los convencieron (no sé si torturándolos) de elegir la Payunia.

Salimos a la mañana por la ruta 40 y por escabrosos caminos de ripio. Más de 150 Km. después empezamos a recorrer la amplia extensión plagada de antiquísimos volcanes, donde la Pampa Negra es un desierto cubierto de trocitos y rocas de lava trabajada por la erosión, en cuyas grietas crecen contrastando con su negrura, arbustos semiesféricos de color amarillo.

Ibamos en una 4x4 Santiago, un grupo de jóvenes... y yo. Fueron más de diez horas en que no nos alcanzaron los ojos para contemplar tanta belleza. Volvimos cansados pero felices. Hasta me di el gusto de practicar mi mal inglés con tres canadienses y una alemana. También actualicé, con una pareja de mieleros catalanes, mis conocimientos de la historia, las costumbres y los problemas actuales de Barcelona.

Una vez más confirmé que viajando sola nunca se está sola. Espero poder continuar en contacto por Internet con algunos de estos nuevos amigos, Y con Maricel, por supuesto, como también con las simpáticas empleadas de Karen Travel y el increíble Santiago, que tan bien me atendieron a pesar de lo que los maltraté.

Ojalá tenga la suerte de no tener que postergar mi tercer viaje a esta maravillosa región que me fascina (sola, acompañada o en un grupo más o menos numeroso), antes de que con el turismo masivo le lleguen los lamentables síntomas de la globalización.

martes, 31 de julio de 2007

MI PRIMERA EXPOSICIÓN FOTOGRÁFICA

Se celebraba el segundo centenario de una ciudad de provincia de cuyo nombre, como Cervantes, no quiero acordarme. A una cuñada se le ocurrió que la Comisión Organizadora debería incluir en los festejos “un cacho de cultura” y en consecuencia me invitaron a agregar mis fotos a una muestra de maquetas, pinturas y esculturas a realizarse (¡Dios mío!) en el Círculo Policial.

Cuando se imprimió la nómina de actos, yo estaba viajando por Canadá, tomando unas cuatrocientas fotos de bosques otoñales, cascadas, lobos, osos y veloces ardillas. Como mi aceptación no llegó a tiempo, no incluyeron mi exposición entre los festejos. Cuando acepté, y viajé para tomar aspectos de la ciudad y sus alrededores hice imprimir una hojita que se agregó al folleto previo. El resultado fue que cada acto se anunció en uno o dos renglones y mi exposición con una página entera.

Allí estuve, pues, con mi cámara, un chaleco de fotógrafo y una gorra adornada con botones alusivos. Atavío tan exótico motivó que corriera la voz de que una señora extranjera estaba sacando fotos por todas partes. La gente se me acercaba, me hacía preguntas y yo contestaba de acuerdo con mis mejores nociones de relaciones públicas. Cada fotografía fue resultado de una amigable conversación.

Mi intención era mostrar paisajes campestres y algún recodo del río, pero especialmente la gente, sobre todo la más modesta. Por eso me detuve en las calles, una estancia, un horno de ladrillos y el taller de la escuela técnica, donde los maestros trataron infructuosamente de hacerme entender qué se hacía en cada una de las máquinas. En la ciudad tomé aspectos de la Municipalidad, el museo y la iglesia.

Esto último fue lo más difícil. Pensaba pedir al párroco permiso para usar mi flash en la misa sin peligro de terminar en el infierno, pero no coincidí nunca con la misa ,ni con el cura, ni con el sacristán. Entré varias veces en el templo pero solo vi crucifijos, vírgenes y santos.

Enfrente, en la plaza, un grupo numeroso de personas con padrones, boletas, pancartas y toda la parafernalia que se utiliza en época de elecciones, estaban haciendo proselitismo. Me acerqué y les dije:

-Vengo a hacerles una proposición: si un par de ustedes

viene a rezar en la iglesia y me dejan fotografiarlos, el domingo

próximo votaré por los candidatos de su partido

Se levantaron de sus sillas, juntaron sus petates y vinieron todos a elevar sus sinceras oraciones. ¿Qué no se hace por un voto?. Deberían estarme agradecidos, porque Dios escuchó sus rezos y ganaron las elecciones.

Otra anécdota fue al principio menos divertida. Salí a las seis de la mañana a fotografiar el amanecer y vi en una esquina una escultura que me gustó. Me instalé en la vereda de enfrente y empecé a enfocar, medir la luz ,etcétera.

En eso estaba cuando apareció blandiendo un arma larga una especie de Sargento García (el que perseguía al Zorro), y me increpó con su vozarrón:

. -¿Qué está haciendo aquí?

-Sa-can-do fo-tos… - le respondí asustada.

-¿Enfrente del banco?

-¿Qué banco? ecretaria

Recién entonces me di cuenta de que lo que había creído un almacén era un banco y que el policía, muerto de miedo, me había tomado por una potencial asaltante. Por suerte, se me había ocurrido pedir una credencial y se la presenté. Era una media página de enrevesada sintaxis que por supuesto no entendió. Llamó a la prefectura:

-Aquí hay una señora fulana de tal, documento número tantos,

que tiene una credencial . y está tomando fotografías del banco.

Le dijeron que me mandara con la credencial a la prefectura, a tres cuadras de allí,. Si hubiera sido la delincuente que el gordo pensaba, hubiera dado vuelta en la esquina siguiente y adiós para siempre. Pero no era el caso.

Fui, llevé el galimatías, el oficial de guardia se comportó como si lo hubiera entendido, me pidió mil disculpas y me aseguró que podía fotografiar lo que quisiera, que era exactamente lo que estaba haciendo. Me limité a decirle: “Solamente quería fotografiar a los presos en el calabozo, pero ya no tengo interés”. Y me marché. Después supe que allí no había ni un mísero preso.

Al cabo de una semana regresé con algunas de las fotos que más me gustan, con la esperanza de que también gustaran a las tres o cuatro personas que suponía acudirían a verlas. Las titulé: “Paisajes, Flores, Animalitos y Bípedos Implumes” y “La Bicentenaria Ciudad, sus Paisajes y su Gente”.

Tenía que disponerlas sobre una pared en tres hileras, desde un metro y medio hasta dos setenta de altura. Solamente le pedí a la presidenta de la Comisión “Organizadora” una escalera, porque hasta los clavitos había llevado.

Aquello fue una odisea. Me prometieron que dos peones de la Municipalidad y un muchacho de la Comisión me ayudarían a armar la muestra. El muchacho me llevó por toda la ciudad y sus suburbios en busca de la llave del local, hasta que descubrimos que quedaba siempre abierto por falta de cerradura. No volví a verlo.

Ni los peones ni la escalera aparecieron. Ya había conseguido el martillo y comencé a colgar la primera hilera. Como no podía seguir trepada a un escritorio, anuncié enfurecida que si no me proporcionaban la maldita escalera iba a descolgar todo y volverme a casa. Quien la cargó finalmente con grave riesgo de herniarse fue la secretarta.

La apertura de la exposición consistió en sesudos discursos y aunque la lectura de mi profuso curriculum me hizo sentir terriblemente vieja, fue hermoso durante esos días disfrutar (excepto a la hora de la siesta), del contacto con gente de todas las edades, niveles sociales y culturales, que concurrían a contemplar mi obra.

En muchos casos dejaron escritos en un cuaderno un verdadero festival de las faltas de ortografía, con sus comentarios exageradamente elogiosos

.

A pedido de la Comisión, también incursioné en la fotografía periodística, para la cual no estaba por cierto preparada, tomando distintos momentos de los festejos, Mientras esperaba una exhibición de danzas folclóricas, tuve que soportar dos horas de pésimo rock, lo que me valió el admirativo comentario de un adolescente:

-Mirá, esa viejita, es de los nuestros.

Fue una placentera experiencia a pesar de pequeños inconvenientes. Hasta incluyó reportajes radiales y televisivos que me dieron tanta notoriedad que me sentía Mirtha Legrand o Susana Giménez cuando la gente me detenía en la calle para felicitarme y llenarme la cara de besos

sábado, 5 de mayo de 2007

¿DISTRAÍDA YO?

Siempre fui distraída y con los años mis

distracciones se fueron haciendo cada

vez más frecuentes, por lo que suelo

considerarme distraída y medio.

Tal vez se deba a una excesiva facilidad

para concentrarme en mis pensamientos y

perder el contacto con la realidad,

especialmente la que se relaciona con

las prosaicas actividades domésticas.

En una oportunidad, después de haber

desgranado unas arvejas,

me dispuse a lavarlas... en el lavarropas.

También a veces busco desesperadamente

los anteojos o el llavero y los encuentro en

la heladera.

Un día, mientras daba clase en un

paquetecolegio de niñas, tuve la impresión

de que algo pasaba porque todo el tiempo

me miraban y trataban de contener la risa.

No les hice caso porque solían ser bastante

tontas, pero cuando volvía casa se me

ocurrió mirarme los pies y descubrí que

esa mañana, al vestirme a oscuras, me

había puesto dos zapatos parecidos pero

de distinto color.

Sin embargo, otras veces esa capacidad

de distraerme dio frutos. Por ejemplo,

cuando mientras limpiaba chauchas

(mi musa debe de ser vegetariana),

compuse mi primer y último soneto.

Era la época de oro de mi taller literario

escolar y los chicos estaban preparando

su revista, para la cual yo suponía que

debía aportar una colaboración.

Este soneto fue la expresión de lo que

yo sentía en ese momento y sigo

sintiendo: el significado de mi rol de

coordinadora frente al esfuerzo creativo

de los talleristas. Por eso me permito

incluirlo aquí:

MAGÍSTER

Ahora sé que nunca seré poeta.

No acude prestamente a mi llamado

El verso airoso o la expresión discreta

El don de la creación no me fue dado.

No soy la llama que ilumina esencias

No es mi misión develar el arcano,

Ni transmitir insólitas vivencias,

Pero mi vida no transcurre en vano.

Soy apenas quien, amorosamente,

Toma al joven poeta de la mano

Y se consume jubilosamente.

Ahora sé por fin que mi destino

Es alumbrar desde un rincón lejano

Un riesgoso recodo del camino.

---ooOoo---

viernes, 4 de mayo de 2007

LA LECTURA

Voy a hablarles un poco de mi larga y placentera relación con el mundo de los libros:

La mía no fue una infancia feliz porque no existía todavía

la vacuna Salk que protege ahora de la poliomielitis.

Las secuelas de esa terrrible enfermedad, que me afectó

a los tres años, no me permitían compartir la mayor

parte de los juegos con mis hermanos y compañeritos.

Aprendí a leer a los cuatro años en las historietas y los

títulos de los diarios y pronto empecé a disputar con mi

hermana, todos los lunes, el derecho a ser la primera

en leer la revista "Billiken",

. Mis primeros libros fueron los cuentos de Calleja que

se compraban por diez centavos. Las lecturas de mi

infanciaque mejor recuerdo son “Las Mil y Una Noches”,

“La Hormiguita Viajera” de Constancio Vigil, “El Tesoro

de la Juventud” y “Alicia en el País de las Maravillas” de

Lewis Carroll, que recibí como premio a la mejor

alumna de segundo grado.

Poco después empecé a trepar hasta los ultimos

estantes de la biblioteca de mis padres. donde me

apoderaba de libos que, como los de Emilio Zola

no se consideraban apropiados para niñas de mi edad.

Mientras estudiaba y en mi prolongada actividad

docente, tuve que leer mucho por obligacion,

aunque siempre con gusto. Mucho más leí y sigo

leyendo por amor a la poesía, al cuento, a la novela,

al teatro, al ensayo o a cualquier cosa que este escrita

en un papel o en el monitor de una computadora.

Una de las actividades que más placer me

proporciona es leer en voz alta ante alguien que me

escuche y comparta conmigo el gusto por la

buena literatura. Por eso ahora, ya jubilada y

bisabuela, lo seguí haciendo en mis talleres

literarios y en las horas dedicadas a leerles a

ciegos.

Mis hijas no olvidan que cuando niñas,

les leía o recitaba poemas de Raúl Gonzáles

Tuñón, Alfonsina Storni, Fernández Moreno,

Neruda y otrros de sus poetas favoritos.

Cada vez que en “A Margarita Debayle” de

Rubén Darío, el rey le ordenaba a la caprichosa

princesita devolver al cielo la estrella de su

prendedor, mis nenas lloraban a moco tendido.

También les encantaba oirme recitar en inglés

“La carga de la Brigada Ligera que empezaba:

“¡Forward the Light Brigade!

¿Is there a man dismayed?”

Y, “con aquel maldito índice enhiesto”, (como

ellas dicen ahora), concluia el belico recitado con el

nombre del autor:

"¡¡¡TENNYSON!!!"

Cuando debuté como abuela cuenta-cuentosen la

cuentos en la escuela primaria Dominguito, llegué

llegue algo inquieta. Iba a leerles un cuento a los

nenes de 1er.año poco despues de iniciadas las

clases. Pensaba que mi experiencia docente no me

iba a servir de mucho, puestoque toda ella se

había desarrollado en el nivel secundario.

La cordial presentación por parte de las maestras

y la bibliotecaria me devolvió el aplomo.

Comence a leer La Ciudad Voladora” de María

Granata, frente a la atencion y el interes con que

los niños me escuchaban. Fue fascinante y

y hasta pude introducir breves dialogos que me

revelaron que tenían conocimientos para mí

inesperados.

Estuvieron atentos a lo largo de media hora, y

luego me gratificaron con su aplauso.

Me emocionó que como conclusión, uno

de ellos, declarara enfáticamente que quería

tener alas. Eso me dio pie para decirles que

afortunadamente ya estaban aprendiendo a

leer y pronto los libros serían las alas que

les permitirían volar mediante la lectura hacia

mundos maravillosos.

Nunca dejé de ser una entusiasta lectora. Los libros de

escritores y poetas de todas las épocas y todos los países

me acompañan siempre y me brindan ideas,

sentimientos y experiencias que me

trasladan a interesantes visiones del mundo en los

momentos dedicados a la lectura, es decir, los mejores

de mi vida.

Al pensar, reír o llorar con ellos enriquecen mi vida interior

y me permiten superar dolores,angustias o depresiones.

Y como Borges,el más grande cuentista argentino del siglo

XX, confesó alguna vez, puedo decir que no me enorgullezco

de lo que mucho más modestamente he escrito, sino de lo

que he leído.

---oooOoo---