martes, 6 de febrero de 2007

UN ECONOMISTA

El Profesor Juan Manuel Sastre era uno de los colegas con quienes compartíamos interesantes conversaciones después de largas y fatigosas horas de cátedra en el Instituto Estrada, a la salida del turno tarde.

Nos reuníamos alrededor de las seis de la tarde un grupo bastante heterogéneo, siempre en la misma mesa del café de los Kochi, (unos japonesitos, alumnos y ex alumnos del colegio). Sastre pedía su café, no con el gesto habitual sino con la siguiente definición: “Un brebaje oscuro y sin gusto en taza chica”.

Una tarde nos contó que en una conferencia, un economista norteamericano se había quejado de que en su país se estaba haciendo habitual que después del trabajo los oficinistas perdieran su tiempo en los cafés. El le preguntó cuánto tiempo perdían y le respondió que en promedio 20 ó 30 minutos. En el momento en que nos lo contaba eran las 9 de la noche y seguíamos charlando tranquilamente.

Cuando era directora, se me presentaron sus alumnos a protestar porque los había insultado. Se había tomado el trabajo de calcular cuánto de los impuestos que aportábamos los ciudadanos invertía el estado en el intento de educarlos e instruirlos. En conclusión, los había declarado unos parásitos porque no se les daba la gana de estudiar.

A pesar de que busqué el diccionario para demostrarles que ese no era un insulto tan grave, teniendo en cuenta que la mayoría estaban aplazados, como no se conformaron les prometí hablar con el profesor. En cuanto me encontré con él le dije: “Por favor, Sastre, la próxima vez no les diga parásitos a sus alumnos, dígales boludos porque eso lo van a entender perfectamente".

Todos respetábamos sus amplios conocimientos adquiridos en la Facultad de Ciencias Económicas, a pesar de que nunca terminó de elaborar su tesis doctoral, y a menudo le pedíamos su opinión sobre las desastrosas políticas económicas que soportábamos.

Vivía en la casa ruinosa donde había nacido, con una hermana que dependía totalmente de él y solo se le conocía un noviazgo frustrado al cabo de varios años, de modo que podría haber sido el protagonista del cuento “Casa Tomada” de Cortázar. pero su final fue más trágico.

La última vez que tomamos un café, estaba terriblemente angustiado. Era la época de crisis llamada el Rodrigazo por el apellido del ministro de Economía, responsable de una pavorosa inflación durante la presidencia de Isabelita, hace 30 años. Lagrimeando, me preguntaba cómo podría sobrevivir con el magro salario que recibíamos por nuestro trabajo , del que nos descontaban un porcentaje para los gastos del instituto y con el que a menudo pagábamos el transporte de algunos alumnos que de otro modo no podían seguir asistiendo a clases.

Pocos días después, al regresar de un breve viaje, me enteré de que se había rociado con combustible y salido en llamas a la calle, a la manera de los monjes bonzos que en esa época se suicidaban, como él lo hizo, para protestar contra las injusticias de que eran víctimas.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Cómo olvidar a Sastre en el bar de la esquina de Entre Ríos. Le gustaba charlarme y charlarme y confieso que desde mi escasa edad y altura ¡no entendía de qué me hablaba!
Lindo recuerdo, Utopica
Beso
Leda

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