martes, 27 de marzo de 2007

LA MEDICINA Y YO - III

CARA Y CRUZ

En marzo de 2001, poco antes de viajar a Canadá y Alaska, decidí someterme a un control ginecológico de rutina. La idea era que así podría viajar sin preocuparme por mi salud. No resultó como esperaba.

En la mamografía apareció algo fuera de lo normal y me derivaron a un cirujano, el Dr. Krasnov, quien me comunicó que era necesaria una intervención quirúrgica, pero no con tanta urgencia como para sus pender el viaje.

Cuando un mes después me presenté en su consultorio, dispuesta a dejarme sacar ese cachito que molestaba, me encontré con que era mi cirujano quien tenía entonces que hacer un curso en Brasil y demoraría por lo menos otro mes en intervenirme. Me aseguró que podía esperarlo, pero que si lo prefería podía acudir a otro profesional de mi Obra Social.

Lo lamenté mucho porque el doctor me había inspirado confianza, pero como no quería seguir en la incertidumbre por tanto tiempo, acudí a la lista de especialistas y elegí, creo que por su apellido, al Dr. Bustos.

Lo primero que me agradó del Dr. Bustos fue la atención con que me escuchaba, la afectuosa consideración que me brindó y las claras explicaciones que me dio sobre los detalles de la operación que iba a soportar.

Decidí convertirme en su paciente (en todos los sentidos de la palabra) y el resultado fue el hallazgo de un tumor maligno, pero afortunadamente sin metástasis, lo que significa que tuve que aplicarme radioterapia y someterme a controles frecuentes y medicación durante más de cinco años sin que aparecieran nuevos problemas.

Cuento toda esta historia para destacar la excelente atención que recibí por parte de ambos médicos, que demostraron ser no solo excelentes profesionales sino, lo que es aun más importante, seres humanos excepcionales.

Todo lo contrario resultaron en mi Obra Social los trámites burocráticos para autorizar el tratamiento radiológico y la medicación sin cargo. Me hacían ir de una oficina a otra a tres cuadras de distancia en varias oportunidades y con largos intermedios de antesala.

Tuve que llenar y hacer llenar infinidad de formularios, sacar fotocopias en cantidades industriales, aguantar la soberbia con que se me explicaba lo inexplicable en forma confusa y contradictoria, y la falta de respeto y consideración por parte de señoritas que no tenían la menor idea del asunto.

Lo único que yo pretendía era que me devolviesen en servicios una pequeña parte de lo que a lo largo de los años he aportado y sigo aportando, no una dádiva ni una limosna.

Por supuesto Kafka, el genial autor de “El Proceso”, jamás tuvo que realizar trámites en la Obra Social para la Actividad Docente, de lo contrario hubiera escrito una novela mucho más estremecedora.

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