martes, 27 de marzo de 2007

La medicina y yo - IV

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- ¿LOS OCULISTAS SON SERES HUMANOS?

Hacía ya tres años que no me efectuaba un control oftalmológico y aunque no tenía ningún síntoma salvo algún cansancio después de leer durante cinco o seis horas seguidas o alternando con la televisión y la computadora, decidí visitar a un oftalmólogo de la obra social.

Además, una de las lentes de mis anteojos se había rayado por el contacto con la cámara fotográfica y suponía que la nueva receta tendría alguna diferencia con la anterior.

Lo primero que descubrí fue que ninguno de los oftalmólogos que me habían atendido en otras oportunidades seguía vinculado con la Obra Social y en consecuencia me recibió una doctora que por su aspecto juvenil sospecho que acababa de recibir el título.

Me señaló algunas letras en el famoso cartel, me cambió dos o tres lentes que no mejoraron para nada mi visión y declaró que no tenía nada más que pudiera ayudarme.

Mi pregunta fue por supuesto cómo se solucionaba semejante problema y lo único que faltó fue que me dijera “Vieja de m...”, que era lo que sin duda pensaba, porque de mala manera me dijo:

- ¿Qué pretende a su edad? Usted está perdiendo la vista.

Lástima que cuando me puse mis viejos anteojos comprobé que con ellos veía mucho mejor que con las lentes que me había probado.

Recurrí a una oculista que previo pago de sus honorarios me examinó me encontró una leve opacidad en el ojo derecho y me recetó los anteojos multifocales que seguí usandoaunque después de algún tiempo la opacidad empezó a molestarme y decidí que había llegado el momento en pensar en operar mi mi catarata.

Lamentablemente, a causa del corralito, del corralón y de la devaluación no tuve más remedio que volver a atenderme en mi obra social.

Visité dos o tres veces al cirujano del que me dieron excelentes referencias los numerosos ancianitos a quienes ya había operado, pero en las largas esperas previas le tomé el tiempo y nunca dedicaba más de tres minutos a cada paciente.

El día señalado me pusieron en una canilla y me llevaron al quirófano, tensa y muerta de miedo, porque nadie me había explicado en qué consistía la operación y en cambio me habían hecho firmar una larga lista de las terribles consecuencias posibles.

Los profesionales y auxiliares que allí estaban ignoraron mi presencia y siguieron charlando, bromeando entre ellos y hasta cantando tangos durante un rato que me pareció eterno.

Cuando empezaron a trabajar yo estaba tan nerviosa que no podía abrir el ojo, lo que me valió que el cirujano me gritara varias veces:

-¡Abra ese ojo, mujer!

Finalmente, luego de unos l0 minutos, ya estaba el flamante cristalino dentro de mi ojo y por única despedida le oí decir:

- ¡Que pase el que sigue!

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